Funerarias Noega proporciona en Gijón una completa oferta de servicios funerarios a través de un equipo profesional altamente cualificado, con una amplia experiencia en
el trato con las familias, y la satisfacción de todas sus necesidades en un trance tan complicado como es la pérdida de un ser querido.
Uno de los servicios más demandados por las familias es el de velatorio, que Funerarias Noega ofrece en el Tanatorio Jardín El Lauredal, ubicado en un entorno privilegiado de
Gijón: un antiguo palacete del siglo XIX, en la finca de Bango, reformado con todas las comodidades para ofrecer una estancia confortable y tranquila.
En este artículo ofrecemos algunos datos interesantes acerca del origen de los velatorios, una tradición funeraria que constituye para todas las familias un evento
sumamente significativo.
Una costumbre ampliamente extendida
El velatorio, también denominado velación o velorio, consiste en la reunión de los allegados y amigos de un difunto en una conmemoración realizada en su honor, en las horas posteriores al deceso y previamente a inhumación o cremación del cadáver.
En la actualidad, el velatorio es una práctica común a distintas culturas y extendida mundialmente tras el fallecimiento de una persona.
Familiares y amigos se encuentran para brindar el último adiós a su ser querido, compartir recuerdos y propiciar el consuelo y la solidaridad frente a la pérdida.
Velar proviene del término latino vigilare y hace referencia a la acción de ‘pasar la noche al cuidado de un difunto’.
Origen medieval
Para encontrar los inicios de esta tradición, debemos remontarnos a la Edad Media, una época en la que las condiciones higiénicas inadecuadas propiciaban la frecuente aparición de enfermedades y otras afecciones, como, por ejemplo, la catalepsia.
Este trastorno del sistema nervioso central era frecuente en esta época, sobre todo entre las familias adineradas, entre las que se encontraba extendido el uso de utensilios de cocina fabricados en estaño o con alto contenido en plomo. Estos materiales eran oxidables al contacto con determinados alimentos como la cerveza y, al ser ingeridos, originaban envenenamientos que provocaban efectos narcolépticos y sintomatología cataléptica, ocasionando temporalmente parálisis corporal, reducción de la sensibilidad al dolor, ralentización de la respiración y el pulso, y pérdida del color de la piel, algo que, teniendo en cuenta los conocimientos médicos de la época, podía inducir al error de considerar fallecida a la persona.
Especialmente en países como Irlanda o Inglaterra, donde era normal un elevado nivel de consumo de alcohol, los casos de envenenamiento y catalepsia por la ingestión de estaño y/o plomo fueron muy numerosos, así como las situaciones en mitad de entierros y funerales en las que, el presunto fallecido, despertaba sorpresivamente, provocando terror entre los presentes.
Este fue el detonante de un nuevo planteamiento frente a los decesos y la creación, por ejemplo, de los conocidos como “ataúdes de seguridad” que contaban con respiraderos o campanas instaladas en los mismos, ante la posibilidad de que el supuesto fallecido pudiera despertar, dándole la posibilidad de pedir ayuda al velador del panteón mediante la activación de la alerta.
Asimismo, se extendió la costumbre del velatorio, con independencia de las creencias o religión, de manera que los cuerpos eran velados en el sepulcro o en sus hogares durante 3 días, sirviendo además para el rencuentro de familiares y amigos que se acercaban para despedirse y transmitir sus condolencias a los más cercanos.
Una práctica con distintos matices en las diferentes culturas
Como hemos señalado, con independencia de la cultura o de las creencias religiosas, esta práctica se extendió adoptando en cada colectividad distintos matices y tradiciones:
Entre los católicos:
El velatorio es un momento de reencuentro de familiares y amigos en conmemoración de la vida de la persona fallecida y que tiene lugar antes de la ceremonia del funeral y posterior entierro o cremación del cuerpo. Los ataúdes suelen adornarse con flores.
Para los judíos:
Los judíos, tras lavar el cadáver y envolverlo en un sudario blanco, tenían la costumbre de no sellar el sepulcro durante al menos tres días tras el fallecimiento de la persona. Según la costumbre judía, el cadáver debe estar tapado, ya que exhibirlo es considerado deshonroso, y no se debe dejar solo, por lo que existe una figura encargada de esta función. Además, en la cabecera del féretro se coloca una luz o vela, y se acostumbra a cubrir los espejos y objetos de adorno para evitar cualquier símbolo de lujo. Tampoco se acostumbra el empleo de flores.
En el budismo:
Se prepara el cadáver debidamente para que permanezca en su hogar durante siete días antes de la cremación. Durante ese tiempo, los monjes suelen orar en honor de la persona fallecida.
Los hinduistas:
Previamente al velatorio, lavan cuidadosamente el cuerpo, colocándole un sudario rojo si es mujer o blanco si es hombre, y adornándolo con flores.
Los practicantes del Islam:
Colocan al difunto sobre su costado derecho tras ser lavado y cubierto con una tela blanca de algodón. Como creen en la resurrección (no en la reencarnación), la incineración está prohibida y el cuerpo debe enterrarse posteriormente orientado hacia la Meca.
Los testigos de Jehová:
No emplean símbolos religiosos en sus velatorios, aunque suelen contar con gran apoyo por parte de la comunidad y destacar por su sobriedad en todo sentido.
La comunidad evangelista:
También realiza un velatorio previo al enterramiento del cuerpo en el que destaca la sencillez y la ausencia total de simbología religiosa, flores o adornos.
Los velatorios en la época actual
Durante mucho tiempo los velatorios continuaron celebrándose principalmente en la casa de la persona fallecida o en los panteones y hospitales. Más adelante, los avances médicos permitieron reducir los días de velación. A la vez, la profesionalización del sector funerario permitió que los velatorios comenzaran a realizarse en edificios destinados para tal fin.
En España el primer edificio dedicado a ofrecer un servicio funerario amplio abrió sus puertas por primera vez durante la década de los 70.
Al principio, las salas destinadas al velatorio recibían el nombre de capilla, pero actualmente, puesto que dan cabida a todo tipo de cultos, se denominan salas multiconfesionales.
Estos emplazamientos, ubicados en los tanatorios, están habilitados específicamente para ofrecer las mejores condiciones y todas las comodidades a los asistentes durante el velatorio.
Un servicio de velatorio personalizado
El Tanatorio Jardín El Lauredal en Gijón, con casi 1.000 metros cuadrados de extensión, dispone de cinco salas de velación con todas las comodidades, luz natural y una zona privada para el recogimiento y sosiego de las familias. El tanatorio está rodeado además por un extenso jardín poblado de árboles centenarios de gran belleza.
Este majestuoso edificio combina la tradición y solemnidad que las circunstancias requieren, con la funcionalidad y modernidad de unas instalaciones del siglo XXI.
Funerarias Noega ofrece a los gijoneses todo lo necesario para homenajear a sus seres queridos con la despedida que merecen. Las familias que han elegido estas instalaciones destacan el trato personalizado, cercano y de confianza que han recibido.